sábado, 3 de julio de 2010

¿QUÉ ESPERAR DE UN GOBIERNO DE DERECHA?

Pese a las deficiencias del sistema democrático chileno, el electorado ha demostrado que valora la prosperidad, la modernización, la gestión solidaria puesta en marcha.


En política social la derecha tiene la rigidez de los muertos y resulta difícil imaginarla implementando un programa de protección social estructural y no sólo uno paternalista-asistencial, como ha sido su tradición política. En cuanto a derechos de los trabajadores, está en contra de la sindicalización y aborrece la negociación colectiva, dos armas para combatir eficazmente la actual, indecente y grosera asimetría en la repartición de la riqueza (verdadero talón de Aquiles de la era concertacionista). Aquí precisamente nos encontramos con reformas impostergables si queremos un país que asegure derechos esenciales para las personas.


En cuanto a la función del Estado, para la derecha éste continúa siendo el problema. El mercado desregulado es la forma de gestión paradigmática que regula, según esta teoría, hasta la equidad con el (humillante) chorreo hacia las clases vulnerables. Así esta contemplado que suceda en una economía neoliberal salvaje, ortodoxa y en permanente crecimiento. En una palabra, lo mismo de siempre: el Estado se debe anorexiar y el mercado bulimizarse.


Este rol del mercado desregulado con un Estado, en rigor, corporativista, fue lo que causó la crisis sin precedentes de la que todavía no vemos la salida del túnel. Con esta crisis dicha función reduccionista del Estado -se supone- ha sido superada porque se encuentra desfasada ante la realidad de los tiempos, así ya se está gestionando en los principales países del mundo, con una regulación normativa del mercado.

Pero la derecha chilena, guardiana y devota del dios mercado, parece no haberse enterado del fracaso del neoliberalismo salvaje sin programa social alguno de envergadura, menos que este modelo se ha estrellado contra una crisis de características apocalípticas. El anuncio de una “reorganización económica” de la principal empresa estatal, Codelco, que velozmente anunció el Presidente electo, Sebastián Piñera, a sólo dos días de ganar las elecciones, notifica esta visión del Estado versus mercado que tendrá su administración.


Asuntos valóricos


En temas valóricos, la derecha, a pesar de la pareja homosexual electoralista que susurraba algo al oído del candidato en un corto de su propaganda política, está tan fosilizada como Tutankamón. Los derechos civiles sin ningún género de dudas sufrirán una estagnación severa y, posiblemente, una regresión, tanto en los de las mujeres en cuanto a decidir sobre los métodos de reproducción, aborto terapéutico y/o plazos, como en los derechos de los homosexuales a contraer matrimonio o adoptar niños/as. Ningún ítem valórico está en su programa ni en la agenda política de la derecha, donde la mayoría, sino todos, pertenecen o conviven con grupos religiosos ultraconservadores, como el Opus Dei.


Esto es lo que teóricamente tenemos hasta 2014. Lo sesudo sería un cambio de la derecha ultraconservadora pinochetista a una liberal y social, con sus correligionarios europeos como modelo. Ése sí sería un cambio en el paisaje político chileno. Este triunfo democrático es una ocasión inmejorable para articular un histórico cambio. Crucemos los dedos para que así sea. El piñerismo de sustancia liberal tendrá que lidiar con el ultraconservadurismo de su partido mayoritario, la UDI, para articular ese hipotético cambio.


El verdadero.


En suma, y pese a las deficiencias del sistema democrático chileno, disfuncional por los enclaves autoritarios que heredamos de la dictadura como el sistema binominal, el electorado ha demostrado que valora la prosperidad, la modernización, la gestión solidaria que ha puesto en marcha la Concertación; que desea un Estado social preocupado de los derechos ciudadanos y que garantice la protección social para la clase más vulnerable como también para la clase media baja, de tal forma que se ensanchen progresivamente las oportunidades para todos. Ése es el 80% de apoyo a la gestión personal de Michelle Bachelet y el 60% de apoyo a su administración. El electorado quiere que esto continúe y se desarrolle. Un dato esencial que el gobierno de derecha debería tener muy en cuenta si quiere tener paz social.


Éxito gubernamental


En este contexto, éste es uno de los mayores éxitos de la Concertación y por lo cual hay que felicitarla: el Estado solidario que gestiona la protección social se debe desarrollar e institucionalizar. La alternancia en el poder que se ha producido con el triunfo de la derecha demuestra otro legado positivo de la gestión concertacionista: el sistema está preparado para una alternancia tranquila en el Poder Ejecutivo y las instituciones democráticas, con todos los desniveles que hay que corregir (qué duda cabe), continúan funcionando pese a la llegada de una derecha que no recibió el apoyo ciudadano durante nada menos que 52 años, y que tuvo una estremecedora convivencia durante 17 con la administración de facto del dictador Augusto Pinochet, con gravísimas violaciones de los derechos humanos.

Esta estabilidad del sistema y sus instituciones democráticas es el mayor éxito del trabajo de la Concertación en estos 20 años ya históricos. Su derrota lleva implícito, paradójicamente, este gran triunfo por el que hay que felicitarla.


Por todo lo expuesto, es difícil adjetivar el resultado de esta elección como un triunfo de la derecha y una derrota de la Concertación a secas. Ante la victoria en una elección por el voto popular después de nada menos que 52 años y con los votos relativamente justos, lo único y más adecuado sería decir que puede ser un triunfo amargo. En el caso de la derrota concertacionista, tampoco se puede señalar, a secas, como derrota. Perder el poder después de 20 años ininterrumpidos en él sólo se puede registrar como una derrota dulce, más aún si no sufrió una debacle electoral, ya que alcanzó nada menos que 48% y con una fisura considerable en los partidos de la coalición.


Son estos hechos políticos históricos los que celebraremos en este siglo XXI y seguramente en los venideros. Y los aniversarios son fructíferos porque son el antídoto contra el olvido y la desmemoria. En 2014 veremos qué celebramos: si estos cuatro años fueron un momento político desafortunado, mediocre o regresivo o lo contrario. Estaremos alertas y atentos.

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